Resulta llamativo ver cómo evoluciona la personalidad de las empresas cuando hay cambios en su dirección, o a medida que evolucionan.
En primer lugar, lógicamente, es preciso precisar y cualificar el término “personalidad corporativa”: la personalidad, como el propio término indica, es una cualidad de las personas, no es aplicable a una agrupación de personas que trabajan con una misión y visión común. Por tanto, la idea de “personalidad corporativa” se refiere únicamente a las cualidades que atribuiríamos a una persona en el caso de que pudiésemos equiparar determinados rasgos de su comportamiento con decisiones tomadas por la compañía, lo que no responde a una comparación demasiado realista.
Sin embargo, la idea de “personalidad corporativa” tiene un detalle interesante que le aporta un cierto valor: es el baremo por el que muchos usuarios juzgan a la empresa, el conjunto de atributos que transmiten una imagen de simpatía o antipatía, una sensación de afinidad o disparidad. Y esa imagen o ese conjunto de sensaciones son las que llevan a que una empresa sea vista como algo atractivo, como una “empresa amiga”, o con odio, como una amenaza, por simplista que ello pueda parecer.
Dos entradas recientes del profesor español Ricardo Galli expresan con claridad la frustración que supone ver cómo Google ha eliminado una función importante en Android que provoca una limitación seria para millones de usuarios, y supone prácticamente una traición para miles de desarrolladores de aplicaciones. La sensación debe ser muy parecida a la que más de cinco millones de usuarios sintieron cuando Google decidió retirar un producto como Google Reader, no por una razón estratégica o premeditada, sino sin más justificación que el hecho de que a nadie en la compañía le importaba el producto lo más mínimo: no solo es el hecho de que el producto desaparezca, sino el de que la compañía ni siquiera manifieste el más mínimo interés por ofrecer algún tipo de alternativa.
Hace no mucho tiempo, hablando con un directivo de la compañía en Londres, le expresé mi malestar por el hecho de que las páginas de resultados dedicasen cada vez menos espacio a los resultados naturales y más a resultados editorializados por la compañía y correspondientes a sus propio productos. En mis comentarios, intentaba hacerle ver que en muchos casos, los usuarios de Google “de toda la vida” no nos encontrábamos cómodos con este tipo de modificaciones, y que preferíamos los resultados no sesgados, no sometidos a ningún tipo de editorialización, como los que en su momento nos hicieron cambiarnos a Google en detrimento de otros buscadores. ¿La respuesta del directivo en cuestión? Muy educada, por supuesto, pero básicamente, la vida es dura, o es lo que hay, y si no os gusta, hay que fastidiarse.
A la Google de hoy, todo lo que no sea ella misma le trae sin cuidado. Los usuarios no importan, porque total, siempre terminan por adaptarse y no tienen alternativa. Si hay que matar un servicio porque ya no interesa, se mata, y allá sus usuarios. Los emprendedores dan lo mismo, se les puede pisar: si no has experimentado aún la experiencia de competir contra Google, no te preocupes… ya te tocará. Las patentes antes eran malas, pero si ahora hay que patentar todo lo patentable, se patenta. Incluso los trabajadores parecen dar igual, y aquel orgullo de pertenencia se ve convertido en protestas y malas sensaciones. Las empresas no importan, porque las alternativas que tienen para publicitarse o para hacer relevante su presencia web son asimismo escasas, y además, si no quieren ir en una dirección, siempre se les puede obligar. Los programadores no importan, porque siempre terminarán por hacer lo que Google quiere: que no ganen dinero monetizando sus apps o que se vuelvan absolutamente locos debido a la fragmentación no importa, porque nuestro sistema domina ya prácticamente todos los mercados. Y mientras no haya alternativa, podemos hacer lo que nos dé la gana, lo que más nos interese, lo que maximice nuestros recursos y beneficios. Lo que los usuarios, los clientes o los programadores opinen da lo mismo. Que nos vean como amigos o enemigos nos da igual. No supone ningún tipo de preocupación, así nos consideren la encarnación del mismo demonio.
Las barreras de entrada al negocio de Google han ido elevándose a medida que la web ha ido haciéndose más y más inabarcable. Cuando Google presentó su buscador, bastaba con un algoritmo superior. Ahora hay que tener una infraestructura de centros de datos y una arquitectura de computación que permita mantener una copia de toda la web, con todo lo que ello conlleva. Para competir en publicidad, tienes que tener su masa crítica. Para evitar los escollos que plantean los reguladores, todo el problema es pagar a más lobbistas que ninguna otra empresa.
A Google, ya todo lo que no sea ella misma le da igual. Los usuarios les da igual. Los programadores le dan igual. Los clientes les dan igual. ¿Aquello del “don’t be evil”? Le da igual. Y sí, tú también les das igual. Es lo que hay.
Fuente: http://www.enriquedans.com
En primer lugar, lógicamente, es preciso precisar y cualificar el término “personalidad corporativa”: la personalidad, como el propio término indica, es una cualidad de las personas, no es aplicable a una agrupación de personas que trabajan con una misión y visión común. Por tanto, la idea de “personalidad corporativa” se refiere únicamente a las cualidades que atribuiríamos a una persona en el caso de que pudiésemos equiparar determinados rasgos de su comportamiento con decisiones tomadas por la compañía, lo que no responde a una comparación demasiado realista.
Sin embargo, la idea de “personalidad corporativa” tiene un detalle interesante que le aporta un cierto valor: es el baremo por el que muchos usuarios juzgan a la empresa, el conjunto de atributos que transmiten una imagen de simpatía o antipatía, una sensación de afinidad o disparidad. Y esa imagen o ese conjunto de sensaciones son las que llevan a que una empresa sea vista como algo atractivo, como una “empresa amiga”, o con odio, como una amenaza, por simplista que ello pueda parecer.
Dos entradas recientes del profesor español Ricardo Galli expresan con claridad la frustración que supone ver cómo Google ha eliminado una función importante en Android que provoca una limitación seria para millones de usuarios, y supone prácticamente una traición para miles de desarrolladores de aplicaciones. La sensación debe ser muy parecida a la que más de cinco millones de usuarios sintieron cuando Google decidió retirar un producto como Google Reader, no por una razón estratégica o premeditada, sino sin más justificación que el hecho de que a nadie en la compañía le importaba el producto lo más mínimo: no solo es el hecho de que el producto desaparezca, sino el de que la compañía ni siquiera manifieste el más mínimo interés por ofrecer algún tipo de alternativa.
Hace no mucho tiempo, hablando con un directivo de la compañía en Londres, le expresé mi malestar por el hecho de que las páginas de resultados dedicasen cada vez menos espacio a los resultados naturales y más a resultados editorializados por la compañía y correspondientes a sus propio productos. En mis comentarios, intentaba hacerle ver que en muchos casos, los usuarios de Google “de toda la vida” no nos encontrábamos cómodos con este tipo de modificaciones, y que preferíamos los resultados no sesgados, no sometidos a ningún tipo de editorialización, como los que en su momento nos hicieron cambiarnos a Google en detrimento de otros buscadores. ¿La respuesta del directivo en cuestión? Muy educada, por supuesto, pero básicamente, la vida es dura, o es lo que hay, y si no os gusta, hay que fastidiarse.
A la Google de hoy, todo lo que no sea ella misma le trae sin cuidado. Los usuarios no importan, porque total, siempre terminan por adaptarse y no tienen alternativa. Si hay que matar un servicio porque ya no interesa, se mata, y allá sus usuarios. Los emprendedores dan lo mismo, se les puede pisar: si no has experimentado aún la experiencia de competir contra Google, no te preocupes… ya te tocará. Las patentes antes eran malas, pero si ahora hay que patentar todo lo patentable, se patenta. Incluso los trabajadores parecen dar igual, y aquel orgullo de pertenencia se ve convertido en protestas y malas sensaciones. Las empresas no importan, porque las alternativas que tienen para publicitarse o para hacer relevante su presencia web son asimismo escasas, y además, si no quieren ir en una dirección, siempre se les puede obligar. Los programadores no importan, porque siempre terminarán por hacer lo que Google quiere: que no ganen dinero monetizando sus apps o que se vuelvan absolutamente locos debido a la fragmentación no importa, porque nuestro sistema domina ya prácticamente todos los mercados. Y mientras no haya alternativa, podemos hacer lo que nos dé la gana, lo que más nos interese, lo que maximice nuestros recursos y beneficios. Lo que los usuarios, los clientes o los programadores opinen da lo mismo. Que nos vean como amigos o enemigos nos da igual. No supone ningún tipo de preocupación, así nos consideren la encarnación del mismo demonio.
Las barreras de entrada al negocio de Google han ido elevándose a medida que la web ha ido haciéndose más y más inabarcable. Cuando Google presentó su buscador, bastaba con un algoritmo superior. Ahora hay que tener una infraestructura de centros de datos y una arquitectura de computación que permita mantener una copia de toda la web, con todo lo que ello conlleva. Para competir en publicidad, tienes que tener su masa crítica. Para evitar los escollos que plantean los reguladores, todo el problema es pagar a más lobbistas que ninguna otra empresa.
A Google, ya todo lo que no sea ella misma le da igual. Los usuarios les da igual. Los programadores le dan igual. Los clientes les dan igual. ¿Aquello del “don’t be evil”? Le da igual. Y sí, tú también les das igual. Es lo que hay.
Fuente: http://www.enriquedans.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Los comentarios serán supervisados antes de su publicacion